lunes, 12 de octubre de 2009

Capítulo 20

- Te tengo tanta lástima, Horacio.

- Ah, eso no. Despacito, ahí.

- Vos sabés que yo a veces te veo. Veo tan claro. Pensar que hace una hora se me ocurrió que lo mejor era ir a tirarme al río.

- La desconocida del Sena... Pero si vos nadás como un cisne.

- Te tengo lástima -insistió la Maga-. Ahora me doy cuenta. La noche que nos encontramos detrás de Notre-Dame también vi que... pero no lo quise creer. Llevabas una camisa azul tan preciosa. Fue la primera vez que fuimos juntos a un hotel, ¿verdad?

- No, pero es igual. Y vos me enseñaste a hablar en glíglico.

- Si te dijera que todo eso lo hice por lástima.

- Veamos -dijo Oliveira, mirándola sobresaltado.

- Esa noche vos corrías peligro. Se veía, era como una sirena a lo lejos... no se puede explicar.

- Mis peligros son sólo metafísicos -dijo Oliveira-. Créeme, a mí no me van a sacar del agua con ganchos. Reventaré de una oclusión intestinal, de la gripe asiática o de un Peugeot 403.

- No sé -dijo la Maga-. Yo pienso a veces en matarme pero veo que no lo voy a poder hacer. No creas que es solamente por Rocamadour, antes de él era lo mismo. La idea de matarme me hace siempre bien. Pero vos, que no lo pensás... ¿Por qué decís: peligrosos metafísicos? También hay ríos metafísicos, Horacio. Vos te vas a tirar a uno de esos ríos.

- A lo mejor -dijo Oliveira- eso es el Tao.

- A mi me pareció que yo podía protegerte. No digas nada. En seguida me di cuenta de que no me necesitabas. Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas.

- Precioso, lo que decís. 

- Era así, el piano iba por su lado y el violín por el suyo y de eso salía la sonata, pero ya ves, en el fondo no nos encontrábamos. Me di cuenta en seguida, Horacio, pero las sonatas eran tan hermosas.
 
- Sí, querida.

- Y el glíglico.

- Vaya.
Julio Cortázar / "Rayuela"

jueves, 8 de octubre de 2009

carne y hueso

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabiera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exáctamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de gragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulces, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


- Julio Cortázar / "Rayuela" (Capitulo 7)