domingo, 31 de agosto de 2008

Octarino

Muchas veces se ha dicho que, aquellos que son sensibles a la radiación del octarino -el octavo color, el Pigmento de la Imaginación- pueden ver cosas que resultan invisibles para los demás.

Así fue como Rincewind, que corría por los populosos bazares de Morpork, iluminados por bengalas al anochecer, tropezó con una figura alta y sombría, se volvió para dedicarle unas cuantas maldiciones, y se encontró frente a frente con la Muerte.

Tenía que ser la Muerte. Nadie más iría por ahí con las cuencas de los ojos vacías, claro. Y la guadaña que llevaba al hombro era otra pista. Mientras Rincewind la miraba horrorizado, una pareja de amantes, riéndose de algún chiste privado, atravesaron la aparición sin darse cuenta de nada.

La Muerte parecía sorprendida, al menos hasta donde puede parecerlo un rostro sin rasgos móviles.

- ¿Rincewind? -dijo la Muerte, en tonos tan profundos y pesados como puertas de plomo cerrándose en una cavidad subterránea.

- Hummm... -respondió Rincewind, intentado apartarse de la mirada sin ojos

- Pero... ¿qué haces tú aquí?

(Bum, bum, lápidas de criptas en sólidas montalas antiguas, comidas por los gusanos...)

- Hummm... ¿por qué no iba a estar aquí? -se las arregló para responder Rincewind-. Además, estoy seguro de que tienes mucho que hacer, así que te dejo...

- Me sorprende que te hayas tropezado conmigo, Rincewind, porque tengo una cita contigo esta misma noche.

- Oh, no, no...

- Pero claro, lo jodido del asunto es que esperaba encontrarte en Psephopololis. 

- ¡Pero eso está a casi a ochocientos kilómetros!

- No hace falta que me lo recuerdes. Ya veo que se me ha vuelto a descuajaringar todo el sistema. Oye, mira, ¿no te importaría...?

Rincewind retrocedió, extendiendo las manos frente a él como para protegerse. En una caseta cercana, el vendedor de pescado seco contempló a aquel loco con interés.

- ¡Ni pensarlo!

- Puedo prestarte un caballo muy rápido -ofreció la Muerte.

- ¡No!

- No dolerá nada

- ¡No!

Rincewind se dio la vuelta y echó a correr. La Muerte le miró alejarse, y se encogió de hombros con gesto de fastidio.

- Pues que te den por culo -dijo la Muerte.

Se dió la vuelta y vió al vendedor de pescado. Con un gruñido, la Muerte extendió un dedo literalmente huesudo, y detuvo el corazón del hombre. Pero no le sirvió de consuelo.

Terry Pratchett / 
"El color de la magia"

lunes, 25 de agosto de 2008

Celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

- Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo

- ¿Y anda bien? -le pregunté

- Atrasa un poco -reconoció.


Eduardo Galeano / "El libro de los abrazos"

martes, 5 de agosto de 2008

Inicio

"No hay fin, y no hay principio.
Todos empezamos en las nubes de Atu,
hechos de la misma materia
que las estrellas"

Cuando yo era una niña y el mundo se quebró, pensé que mi vida se quedaría siempre rota por aquella noche en las montañas: el día anterior, el día posterior. Nada volvería a ser igual. Recuerdo ese ruido como de trueno cuando llegó el terremoto, el olor a sangre y cenizas en el aire, la sensación granulosa en mi piel debido al polvo del palacio destruido y el sabor metálico del miedo y la pérdida en la lengua. Recuerdo la sorpresa que sentí al ver salir el sol aquella mañana. Pero el sol salió, como siempre hacía, como siempre haría. Yo viví y el mundo que conocía murió.

Crecí en este mundo nuevo y pensé que nada volvería jamás a hacerme daño. Pero pronto aprendí que hay muchos lugares donde el dolor se puede esconder en esta vida terrenal que nos dan para vivir, fuera del reino bendito de Cahan, los Tres Cielos donde moran los Inmortales. Fui amada por aquellos que nacieron para amarme, mi madre, mis hijos, y por los que decidieron amarme, mi esposo y las hermanas de mi corazón. Los perdí o sobreviví a todos; ahora soy una anciana y a la luz de las estrellas espero a que el sol salga otra vez en un nuevo día, aguardo el momento en que salga el sol y vea el amanecer en las orillas de ese río que debo cruzar antes de estar de nuevo con aquellos a los que he amado.

Todas las mujeres de Syai reciben el don del juramento secreto, la promesa eterna, el vínculo que no se rompe. Compartí mi vida con una alquimista, una sabia, una guerrera, una nómada, una cabecilla de los rebeldes, una curandera y una Emperatriz que soñaba con la inmortalidad y estuvo a punto de destruirnos a todas. Los años de la hermandad. Los años de jin-shei.

(Año 28 del Emperador de la Estrella)


Alma Alexander / "El lenguaje secreto del Jin-Shei"