- Es tu mejor obra, Basil, lo mejor que nunca has hecho, -dijo Lord Henry en tono lánguido-. Desde luego, el año próximo debes enviarla a la Grosvenor. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. [...]
- No creo que la envíe a ningún sitio- replicó el pintor, echando hacia atrás la cabeza con aquel singular gesto que en Oxford hacía reír a sus amigos- No, no la enviaré a ninguna parte.
Lord Henry enarcó las cejas y lo miró atónito a través de las leves espirales azules de humo que ascendían rizándose en caprichosos remolinos desde su cigarrillo de opio.
- ¿No la enviarás a ninguna parte? ¿Por qué, mi querido amigo? ¿Tienes alguna razón? ¡Qué tipos tan raros sois los pintores! Hacéis cualquier cosa por ganaros una reputación. Y tan pronto como la conseguís, parece que vuestro único deseo es arrojarla por la borda. Es una tontería, porque en el mundo sólo hay algo peor a que todos hablen de uno, y es que no se hable. [...]
- Sé que te reirás de mi- respondió-, pero realmente no puedo exponerlo. He puesto demasiado en él de mi mismo. [...] Si, sabía que te reirías; pero a pesar de todo es la pura verdad.
- ¡Demasiado de ti mismo! Palabra, Basil, no sabía que fueras tan vanidoso; y te aseguro que no consigo ver el menor parecido entre tú, con tu rostro de rasgos duros y tu pelo negro como el carbón, y este joven Adonis que parece hecho de marfil y pétalos de rosa. Vamos, mi querido Basil, él es un Narciso, y tú... bueno, desde luego tu tienes una expresión intelectual y todo eso. Pero la belleza, la verdadera belleza, acaba donde empieza una expresión intelectual. La inteligencia es en sí misma una exageración, y destruye la armonía de cualquier cara. En el momento en que uno se sienta a pensar, se vuelve todo nariz, o todo frente, o alguna cosa horrible. Fíjate en todos los hombres que triunfan en en las profesiones cultas. ¡Son realmente horrorosos! Salvo en la Iglesia, por supuesto. Pero es que en la Iglesia no piensan. [...] Tú joven y misterioso amigo, cuyo nombre todavía no me has dicho, pero cuyo retrato me fascina realmente, no piensa nunca. De eso estoy totalmente seguro. Es alguien sin cerebro, una hermosa criatura que debería de estar aquí siempre en invierno cuando no tenemos flores que mirar, y siempre en verano cuando necesitamos algo para enfriar nuestra inteligencia. No te hagas ilusiones Basil, no te pareces a él en nada.
- No me comprendes Harry. Naturalmente que no me parezco a él. ¿Te encoges de hombros? Te estoy diciendo la verdad. En toda distinción física e intelectual hay una fatalidad, esa especie de fatalidad que parece perseguir a lo largo de la Historia los pasos vacilantes de los reyes. Más vale no diferenciarse en nada de los demás. Los feos y los estúpidos se llevan la palma en este mundo. Pueden sentarse a sus anchas y contemplar boqueabiertos la farsa. Si no saben nada de la victoria, por lo menos se ahorran el conocimiento de la derrota. Viven como todos nosotros deberíamos vivir, tranquilos, indiferentes y sin desasosiego. No llevan a la ruina a los demás, ni nunca la reciben de menos ajenas. Tu rango y tu fortuna, Henry; mi talento, sea el que sea, mi arte, valga lo que valga; la belleza de Dorian Gray: todos tendremos que sufrir, y sufrir terriblemente, por lo que los dioses nos han dado.
- ¿Dorian Gray? ¿Es ese su nombre?
- Sí, ése es su nombre. No tenía intención de decírtelo.
- ¿Y por qué no?
- No podría explicarlo.
- Oscar Wilde
"El retrato de Dorian Gray"
Paseando por Père Lachaise, buscando encontrar lo que pudiera quedar de una persona que me ha dicho tanto sin llegar a pronunciar sonido alguno, no podía dejar de recordar estas palabras.
"Dorian Gray siempre estará vivo" o eso es lo que estaba escrito en un hueco, perfilado entre mil besos, escondido en la parte de atrás.