Quiero ver atardecer desde tu vientre para que el sol ponga llamas en tu sexo y abrir tus labios con un río de saliva y fluidos. Quiero ser la lengua que no tienen tus dedos, las otras dos manos apretando tus senos y poner en tu boca el sabor de tu flujo, y ese olor que no destruye el suavizante con que lavas tu prenda más ocultada.
Quiero que de tanto no estarte quieta encima de mi centro, tus rizos de atrás y de delante, de arriba y de abajo, de tu cuello a tus orejas, se enreden, formen nudos fuertes, una red de cabellos rebeldes. Porque después de follar es el mejor momento para peinarte. Desenredar tus rizos, extenderlos sobre tus hombros, acariciarlos en tu espalda clara y suave como una lengua. Y al pie de ella mirar los destellos todavía calientes de mi semen rociado en tu cintura.
Quiero que de tanto no estarte quieta encima de mi centro, tus rizos de atrás y de delante, de arriba y de abajo, de tu cuello a tus orejas, se enreden, formen nudos fuertes, una red de cabellos rebeldes. Porque después de follar es el mejor momento para peinarte. Desenredar tus rizos, extenderlos sobre tus hombros, acariciarlos en tu espalda clara y suave como una lengua. Y al pie de ella mirar los destellos todavía calientes de mi semen rociado en tu cintura.
Entonces tú, soñolienta y despierta, ligera e incapaz casi de moverte, te tiendes. La sábana deja sólo al aire tu espalda y tu cintura. Las piernas, más cercanas a la tierra, siempre son las primeras en tener frío. No me lo pides pero yo sé lo que quieres. Un masaje. Con crema: una composición exclusiva para una piel como la tuya. El sudor de tu espalda se mezcla con las gotas derramadas de mi semen. Subo mis dedos por el centro de tu espalda, aprieto mis palmas a la altura de tus hombros y las voy deslizando hasta tu cintura. Luego hago el mismo recorrido haciendo círculos pequeños con mis nudillos.
Cada golpe de olor de esa crema, cada pliegue que dibujo en tu espalda, cada nervio, cada músculo, cada hueso que te descubren mis manos es como una mano espiritual que me hiciera una paja. Que apretara y agitara mi pene. Al terminar el masaje te quedas como dormida-pero-despierta, en un lugar indeterminado entre la sábana que cubre tus piernas y mi pene. Y esa mano espiritual me lo ha puesto duro. Sí, vuelvo a estar excitado pero tú casi duermes.
Entonces llevo mis dedos a mis sienes. Me las acaricio en lentos círculos mientras recreo en mi mente cada gesto de ese masaje que a ti tanto te relaja y que a mí por el contrario me excita. Siento mi pene cada vez más grande y más grueso, noto como se levanta más y más como queriéndose liberar de los testículos. Sigo con mis dedos en mis sienes, los ojos cerrados y pensando en ese masaje. Noto los primeros intentos de eyacular, las primeras vibraciones, pero paro. No, no quiero eyacular, no hace falta ya.
Pude sentir esa sensación del orgasmo, sin excitarme manualmente y sin eyacular. De repente mis piernas tienen frío y las abrigo frotando mis manos sobre ellas. Abro los ojos y te veo. Ya estabas despierta, con unos ojos llenos de admiración y ternura. Golpeas suavemente el colchón con tu mano, invitándome a recostarme a tu lado. Entiendo entonces que lo has visto todo, que me estabas mirando mientras alcanzaba ese mi primer orgasmo sin mano.
Me acuesto a tu lado, miro tus ojos y siento que han sido ellos los que me llevaron hasta ese orgasmo.
Basilio Pozo-Durán; "Orgasmo de ojos sin mano"