jueves, 3 de febrero de 2011

Aprendizaje

El niño siempre anda buscando. Entonces, si no se siente buscado, por fuerza pensará que el mundo falla y le rechaza. Por eso el viejo le abraza tiernamente, le besa, le huele con tanta avidez animal como olfatea el propio niño, identificándose así con él. "¡Mira que necesitar libros para criarle...! ¡Así no se enseña a vivir, sino con las manos y con los besos, con la carne y los gritos...! ¡Y tocando, tocando!... Mira niño mío, yo abrazaba al Lambrino igual que me achuchaba mi madre; yo aprendí a pegar según me pegaban ¡y me pegaron bien!..." Sonríe, evocando otro aprendizaje: "Y luego acaricié como me acariciaban y ¡tuve buenas maestras! También tu acabarás acariciando, de eso me encargo yo."

La manita que escarba en su pelo le hace daño con un súbito tirón voluntarioso y el viejo ríe gozoso: "Eso, así, ¿ves como aprendes? Así, a golpes y a caricias... Así somos los hombres: duros y amantes... ¿Sabes lo que repetía el Torlonio? Esto: la mejor vida, Bruno, andar a cuchilladas por una hembra."

Percibe en el cuerpecito un atensamiento  -"¡este niño comprende!"-  que se le comunica y le estremece. No es capaz de pensarlo y menos de expresarlo, pero sí de vivir a fondo ese momento sin frontera entre ambas carnes, ese intercambio misterioso en que él recibe un renacido latir desde la verde ramita en sus brazos, mientras le infunde su seguridad de viejo tronco bien arraigado en la tierra eterna.

- José Luis Sampedro / "La sonrisa etrusca"

martes, 1 de febrero de 2011

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.

- Julio Cortázar