Cuando Han-fei cruzó el Gran Río y entró en el Reino de los Dioses caminó mucho sin encontrar a nadie, con los ojos fijos en el suelo, para no ofender a nadie con quien tropezara mirándole sin su permiso. Al final llegó a una playa y esta se abría a un gran lago oscuro y tranquilo, como un espejo, y hermoso. Más hermoso aún era lo que veía en él: gloriosas cumbres de montaña, hilera tras hilera, que se elevaban majestuosas y estaban coronadas de nieve, tan elevadas que el cielo sobre ellas estaba eternamente punteado de estrellas. "¡Oh, que hermoso!" exclamó, y cayó de rodillas en gesto de adoración. Y una voz le dijo: "Esta es la imagen, Han-fei, ahora levanta la mirada y contempla la verdad". Y Han-fei levantó la mirada, y las montañas eran reales y rodeaban el lago en toda su majestad y no les molestaba que las mirara, y las conoció y las amó.
Puede ser que lo que compartías con la Pequeña Emperatriz sólo sea un reflejo de algo mayor y más verdadero que vendrá a ti, quizá ella llegó a ti para enseñarte el camino. Puede que fuera la imagen sobre la que ahora debes construir tu verdad.
Alma Alexander / "El lenguaje secreto del Jin-Shei"