Las palabras dormían.
Se habían puesto encima de las ramas de los árboles y habían dejado de moverse. Nosotros caminábamos despacio sobre la arena para no despertarlas. Estúpidamente, yo intentaba escuchar: me hubiese gustado tanto sorprender sus sueños... Lo daría todo por saber qué les pasa por la cabeza a las palabras. Pero no escuché nada. Quizás sólo el soplo del planeta avanzando en la noche.
Nos acercábamos a un edificio no muy iluminado por una cruz roja temblorosa.
- Esto es el hospital - murmuró el señor Henri.
Tuve un escalofrío. ¿El hospital? ¿Un hospital para las palabras? No me lo podía creer. Me sentí avergonzada. Alguna cosa me decía que de sus males éramos nosotros, los humanos, los responsables.
En el hospital de palabras no había recepción ni enfermeras. Los pasillos estaban vacíos. Sólo nos guiaba la claridad azul de los pilotes. Aún yendo con cuidado, la suela de los zapatos hacía ruido sobre el suelo. Como respondiéndonos, se oyó un ruido muy flojito. Dos veces. Un gemido suave. Pasaba por debajo de una de las puertas, como una carta dejada muy discretamente, para no molestar.
El señor Henri me miró un momento y decidió entrar. Allí, inmóvil en una cama, había una pequeña frase muy conocida... demasiado conocida.
"Te quiero"
Dos palabras delgadas y pálidas, tan pálidas... Las letras destacaban con esfuerzo sobre la blancura de las sábanas. Dos palabras conectadas cada una con un tubo de plástico a un aparato lleno de líquido.
Me pareció que la pequeña frase nos sonreía. Me pareció que nos hablaba:
- Estoy un poco cansada. Quizás es que he trabajado demasiado. Debo descansar.
- Venga, venga, "Te quiero" - le respondió el señor Henri - Te conozco. Hace mucho tiempo que existes. Eres fuerte. Unos cuantos días de reposo y estarás curada.
La consoló durante largo rato con todas esas mentiras que se dicen a los enfermos. Puso sobre la frente de "Te quiero" un guante de baño húmedo con agua fresca.
[...]
- Ven, Jeanne - me dijo el señor Henri - Parece que se ha dormido. Ya volveremos mañana.
- Pobre "Te quiero"... ¿Conseguiremos salvarla?
El señor Henri estaba tan dolido como yo. Las lágrimas me hacían un nudo en la garganta. No podían subir hasta los ojos. Llevamos en nosotros lágrimas demasiado pesadas, que nunca podremos llorar.
- "Te quiero"... Todo el mundo dice y vuelve a decir "Te quiero"... Se debe ir con cuidado con las palabras. No se deben repetir a diestro y siniestro. Ni utilizarlas sin pensar, las unas por las otras, contando mentiras. Las palabras se gastan. Y, a veces, es demasiado tarde para salvarlas.
- Erik Orsenna
"La gramática es una dulce canción"
Se habían puesto encima de las ramas de los árboles y habían dejado de moverse. Nosotros caminábamos despacio sobre la arena para no despertarlas. Estúpidamente, yo intentaba escuchar: me hubiese gustado tanto sorprender sus sueños... Lo daría todo por saber qué les pasa por la cabeza a las palabras. Pero no escuché nada. Quizás sólo el soplo del planeta avanzando en la noche.
Nos acercábamos a un edificio no muy iluminado por una cruz roja temblorosa.
- Esto es el hospital - murmuró el señor Henri.
Tuve un escalofrío. ¿El hospital? ¿Un hospital para las palabras? No me lo podía creer. Me sentí avergonzada. Alguna cosa me decía que de sus males éramos nosotros, los humanos, los responsables.
En el hospital de palabras no había recepción ni enfermeras. Los pasillos estaban vacíos. Sólo nos guiaba la claridad azul de los pilotes. Aún yendo con cuidado, la suela de los zapatos hacía ruido sobre el suelo. Como respondiéndonos, se oyó un ruido muy flojito. Dos veces. Un gemido suave. Pasaba por debajo de una de las puertas, como una carta dejada muy discretamente, para no molestar.
El señor Henri me miró un momento y decidió entrar. Allí, inmóvil en una cama, había una pequeña frase muy conocida... demasiado conocida.
"Te quiero"
Dos palabras delgadas y pálidas, tan pálidas... Las letras destacaban con esfuerzo sobre la blancura de las sábanas. Dos palabras conectadas cada una con un tubo de plástico a un aparato lleno de líquido.
Me pareció que la pequeña frase nos sonreía. Me pareció que nos hablaba:
- Estoy un poco cansada. Quizás es que he trabajado demasiado. Debo descansar.
- Venga, venga, "Te quiero" - le respondió el señor Henri - Te conozco. Hace mucho tiempo que existes. Eres fuerte. Unos cuantos días de reposo y estarás curada.
La consoló durante largo rato con todas esas mentiras que se dicen a los enfermos. Puso sobre la frente de "Te quiero" un guante de baño húmedo con agua fresca.
[...]
- Ven, Jeanne - me dijo el señor Henri - Parece que se ha dormido. Ya volveremos mañana.
- Pobre "Te quiero"... ¿Conseguiremos salvarla?
El señor Henri estaba tan dolido como yo. Las lágrimas me hacían un nudo en la garganta. No podían subir hasta los ojos. Llevamos en nosotros lágrimas demasiado pesadas, que nunca podremos llorar.
- "Te quiero"... Todo el mundo dice y vuelve a decir "Te quiero"... Se debe ir con cuidado con las palabras. No se deben repetir a diestro y siniestro. Ni utilizarlas sin pensar, las unas por las otras, contando mentiras. Las palabras se gastan. Y, a veces, es demasiado tarde para salvarlas.
- Erik Orsenna
"La gramática es una dulce canción"
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