sábado, 2 de mayo de 2009

Sobre la infidelidad

Somos mentalmente promiscuos, instintivamente polígamos. Vemos un cuerpo atractivo y nuestra mente empieza a desnudarlo, a besarlo, a follarlo. No podemos resistirnos. Entonces tanteamos, sopesamos las distintas variables y decidimos, codiciados por un fervor ancestral, si debemos intentar materializar ese pensamiento o bien dejarlo en su naturaleza intangible. La mayoría de ocasiones no sobrepasa las fronteras de nuestra imaginación: “el otro no accederá” o “qué pensará de mí” o “demasiado esfuerzo” o “tengo pareja”. Pero sea cuál sea el motivo que marca la diferencia entre deseo y acto, una parte de nosotros ha practicado el sexo con ese cuerpo atractivo, ha recorrido su geografía, ha sorbido su erotismo.

Somos pues mentalmente promiscuos e instintivamente polígamos. Pero ese no es exactamente el problema, sino la perpetua infidelidad mental que esto conlleva cuando uno vive un romance -qué idea tan poco romántica, por cierto–. Puede que mi novio nunca llegue a recorrer el cuerpo de otra con su lengua y sus labios, pero sí lo hará con sus sueños y deseos. El 100% del tiempo, estoy expuesta a ser abstractamente cornuda: cuando él va al súper, cuando está durmiendo, incluso cuando me folla, es posible que su cabecita esté hincándola en otra. La infidelidad mental, onírica, intangible (como se le quiera llamar) es inevitable, por lo que la búsqueda de su homóloga material empieza a parecerme absurda. La persecución a ultranza de la monogamia es incoherente porque nuestra propia condición nos lo impide. Reprimimos nuestros instintos sexuales en la vida real, sí; pero con ello potenciamos el fervor de los sueños, la tentación de lo prohibido, el poder de la fantasía.

La diferencia entre mi novio y el resto de hombres de la tierra es que, pese a haberse acostado conmigo o no, él goza de mi corazón, mi amor, algo no material que hace que nuestra unión se perpetúe una vez que saca su polla de mí. Siempre estamos fusionados, las 24 horas del día. Y eso no se lo imagina cuando ve un cuerpo atractivo. No obstante, me enerva que materialice sus sueños eróticos con otras. Sé que mi unión es duradera, palpable y espiritual; mientras que con las que se pueda tirar, su fusión será tan escueta como el mismo coito. Pero no lo puedo soportar. Sin embargo, soy mucho más permisiva cuando otras, bajo el nombre de amigas, van entrando poco a poco en su corazón, sin sexo, consolidando una coyuntura sólida, duradera, haciéndose un hueco en su vida. Somos mentalmente promiscuos, pero lo peor de todo es que somos totalmente incoherentes.

- Miriam M.

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