jueves, 26 de mayo de 2011

Se deja de querer

Se deja de querer, y no se sabe por qué: Es como abrir la mano y encontrarla vacía, y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue.

Se deja de querer, y es como un río cuya corriente fresca ya no calma la sed; como andar en otoño sobre las hojas secas, y pisar la hoja verde que no debió caer.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren; o como quien despierta recordando un camino, pero ya sólo sabe que regresó por él.

Se deja de querer, como quien deja de andar por una calle, sin razón, sin saber; y es hallar un diamante brillando en el rocío, y que, ya al recogerlo, se evapore también.

Se deja de querer, y es como un viaje detenido en la sombra, sin seguir ni volver; y es cortar una rosa para adornar la mesa y que el viento deshoje la rosa en el mantel.

Se deja de querer, y es como un niño que ve cómo naufragan sus barcos de papel; o escribir en la arena la fecha de mañana y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.

Se deja de querer, y es como un libro que aún abierto hoja a hoja, quedó a medio leer; y es como la sortija que se quitó del dedo, y sólo así supimos que se marcó en la piel.

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